Dios va demostrando a la persona poco a poco cuál es la vocación o actividad apostólica a la cual desea que dedique su vida. Dios no señala desde un principio claramente cuál es la vocación clara y precisa a que tiene destinado a cada uno, sino que le va demostrando poquito a poco, por medio de varias circunstancias, cuál es el camino que debe seguir. Y algunas de estas circunstancias pueden ser las siguientes:
A) Una invitación de una persona amiga a entrar a un seminario o a una comunidad religiosa o a pertenecer a una asociación apostólica.
B) Una inclinación que se siente hacia uno de estos modos de vivir: o el sacerdocio, o la vida consagrada o el apostolado laical. La felicidad consiste en gran parte en poder dedicarse a hacer lo que a uno le gusta hacer y en que a uno le agrade hacer lo que tiene que hacer. Poder dedicarse a la actividad que más le agrada, y sentir agrado por aquella actividad que tiene que hacer.
C) Porque personas prudentes aconsejan que esto es lo que más conviene. Muchísimas vocaciones se deben a gran parte, no tanto a que uno lo invitaron a irse a una casa religiosa o en que sentía una inmensa inclinación a ello, sino en que una persona prudente e iluminada por Dios le aconsejó que esto era lo que más le podía convenir. Y se cumple lo que dijo Salomón en los proverbios: "Sigue el consejo de los prudentes y llegarás al éxito" (Pr. 12)
D) Porque le llegan inspiraciones internas de dedicarse a esto. La persona reza, medita, lee, compara los pros y los contras, y luego el Espíritu Santo le va inspirando e iluminando internamente acerca de lo que más le conviene hacer.
"Las vocaciones existen. Lo que hay que hacer es despertarlas" Beato Juan Pablo II
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